Siete cosas que debes saber de Perú


Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Este humilde blog vuelve a entrar en funcionamiento después de un prolongado e inexplicablemente largo descanso. Como muchos de ustedes sabrán, principalmente los que padecen mi espantajopismo en Instagram, me fui a Perú. Fueron dos semanas mágicas. Cumplí un sueño, eso es indudable. Y aunque quede mucho por conocer en esta bolita de mundo, siempre será una deuda volver. Ni en el más optimista de mis cálculos habría imaginado todo lo que iba a vivir y conocer. Es mucho lo que se aprende también. Considero que hay una serie de cosas que debes saber de Perú.

Por supuesto, y como es el estilo de este sitio, es información sin ningún provecho. De ese tipo de datos curiosos que puedes meter en una conversación durante tu siguiente primera cita de Tinder antes de descender a la friendzone. O quizás sí les sirva. Ustedes verán.

Bueno. A lo que vinimos.

Acá están, estas son: las siete cosas que debes saber de Perú.

 

1. Todo país tiene su bandeja paisa

La primera de las siete cosas que debes saber de Perú se relaciona con un tema recurrente cuando se habla del vecino país de bandera bicolor. Es que para nadie es un secreto que la gastronomía peruana es una barbaridad. El ceviche, el lomo saltado, el suspiro, la causa, las papas a la huancaína y dos millones de cosas más. Hay para todos los gustos. No en vano Perú se consagró por octavo año consecutivo como el mejor destino gastronómico del mundo.

Pero reseñas sobre la gastronomía peruana van a encontrar en cualquier otro blog. Y este no es cualquier blog. Tal como Colombia tiene su bandeja paisa, Perú no se podía quedar atrás. Es que la bandeja paisa reúne diversos sabores y texturas representativas del país. Y se la venden a los turistas como un inofensivo platillo, sin saber que es un auténtico carrobomba para el sistema digestivo. Sin más preámbulos, les cuento que la bandeja paisa peruana se llama…

¡Chiri uchu!

Chiri uchu, como sospecharán, es un término extraído del quechua. Es uno de los platillos más representativos del Cusco y su traducción aproximada es «ají frío» o «picante frío». Se debe consumir frío ya que es una ofrenda al sol que es cálido en el mes de junio. Y aunque es típico del Cusco representa a todo el país porque sus ingredientes unen sierra, costa y selva. Ojo a los componentes: cuy en hierbas, gallina sancochada, charqui (carne de res deshidratada), chorizo local, queso, papa, torreja de maíz, huevas de pescado, yuyu (algas marinas), rodajas de rocoto y cancha serrana (maíz tostado). Y todo esto bajado con un litro de Cusqueña al clima.

Un artesano local nos contó la historia de este platillo y era imposible dejarlo pasar. Felizmente estábamos en las fiestas de San Blas y en el mercadillo al lado de la iglesia pudimos encontrarlo. Por la módica suma de 25 soles obtuvimos una experiencia inolvidable y una descompostura de estómago también inolvidable.

2. Buena, bonita y bastante

Siguiendo con la comida peruana es necesario aclarar algo importante: ES UNA CHIMBA. Con esto no estoy diciendo nada nuevo, por supuesto. Pero hay algo más aparte de su herencia cultural, variedad o sabor. Sé que acá llegarán muchos viajeros estrato 3 como yo. De esos que tienen que ahorrar dos o tres primas del call center para salir del país. Nosotros somos los que guardamos hasta las monedas de 50 porque uno nunca sabe. Somos esa gente que si Viva Air acumulara millas tendríamos para ir hasta Turkmenistán. Para ellos, mi gente bella, mi gente trabajadora, una buena noticia: en Perú se come bueno y en cantidades industriales.

Por eso no deberían escandalizarte los precios. Perú es un poco más caro que Colombia si redondeamos la tasa de cambio a un sol por 1000 pesos. Sé que puede ser exagerado pagar 19 soles por un sánguche (sic) de chicharrón. Pero a la mitad vas a estar muriendo de la llenura. Y con 30 soles puedes pagar una carapulcra con sopa seca: un plato cuya composición es igual de incomprensible que su nombre. Pero sabe muy bien y puedes paliar el hambre de un barrio completo con un solo plato.

No hay que ser necio, a Perú se va a comer hasta perder el conocimiento. Es pecado no hacerlo. Quizás al volver a Colombia una gastroenteritis te mande a la sala de urgencias. Pero eso es parte de crecer, Timmy.

3. En Perú están locos por la salsa

Cualquiera que tenga una tibia noción de historia de la salsa sabe que Perú es una buena plaza para las orquestas. De hecho, en 1989 el Grupo Niche se presentó ante UN MILLÓN DE PERSONAS en Lima. Esa noche, si a Jairo Varela le daba la gana, derrocaba a Alan García y ponía al Pitufo de Ávila de presidente. Toda esta locura fue alimentada por una emisora limeña llamada Radiomar, que en ese año celebraba 20 años de emisión. Y hasta el sol de hoy sigue al aire, pasando salsa 24/7 con una sintonía envidiable.

Si es verdad que sin salsa no hay paraíso, Perú es el jardín del Edén. La hinchada del Sport Boys pintó de rosado dos calles enteras del Callao y las convirtió en un museo al aire libre de ídolos salseros. De cada diez taxis, mínimo en la mitad va sonando salsa. Hay conjuntos sacando discos de manera habitual y presentándose cada fin de semana en cada ciudad del país. Incluso existen orquestas de solo mujeres. A tal punto llega la devoción peruana por la salsa que toda canción de música urbana que suena en el continente tiene allá su equivalente en salsa. ¡Hicieron una versión salsera de Tusa! Y sobra decir que, a diferencia del tema original, no da asco.

 

Clave de salsa + tumpa tumpa = DROGA

 

4. A los colombianos nos quieren en serio

Suena extraño decir en esta época que Colombia y Perú llegaron a estar en guerra, por allá en 1932. Lo bueno es que desde eso han pasado 88 años. Felizmente toda la gente que lo vivió está en el barrio de los acostados. Hoy en día la cosa es diferente. Tu avión aterriza en el Jorge Chávez. Te recibe el personal de migración, que tiene el carisma de Jota Mario debido a jornadas interminables de sellar pasaportes y tomarle la temperatura a chinos. Sales por la puerta de llegadas internacionales y tomas un taxi. Y desde ese momento hasta que las ruedas de tu avión de regreso dejan de tocar tierra peruana, todos los locales sin excepción, van a sonreír cuando te descubren como colombiano.

Seamos sinceros: era mi primera vez en el extranjero. Yo soy montañero y pesimista. Pensaba que me iban a hacer tacto rectal al llegar. Ahora, uno pensará que es lógico que así sea porque el país ha sabido montarse en el tren del turismo. Desde el policía hasta el conductor de Uber te va a dar su top5 de lugares para visitar.

Pero con nosotros es diferente. 

Había un grupo enorme de turistas llegados de Lituania, por ejemplo, y no vi a ningún local preguntando con entusiasmo por la proclamación de Vitautas el Grande como Gran Duque de Lituania en 1401 o pidiendo que digan «el pisco es peruano» en lituano. Eso sí: te ven en la calle con camiseta de Nacional y te saludan con un eavemaría pues papá, así, de la nada. Tras dos o tres frases de cortesía, en cualquier conversación entra el «¿De dónde vienen?». Y ante la respuesta se vienen otras 25 preguntas sobre lo que conocen de Colombia o sobre lo que deberían visitar cuando vengan. Y esto es más increíble todavía: ni una sola referencia a narcotráfico o violencia.

Esto que cuento lo vivimos en prácticamente todos los lugares donde estuvimos. Pero el momento más emotivo (y a la vez tenso) se dio el último día. Estábamos realizando el tour del Estadio Nacional en un grupo de turistas. Éramos tres colombianos y otros 20 peruanos. En la segunda o tercera parada del recorrido, la guía interrumpe la programación habitual. Dice que en el grupo hay tres colombianos, mientras nos señala. Cuando pensábamos que iba a entrar la policía con perros antidrogas, todos rompen a aplaudir. Era como si hubieran visto a Neil Armstrong recién bajado de la Luna. Tuvimos a una guía exclusivamente para nosotros que nos tomaba fotos, nos metían a todas las dinámicas y nos dieron regalos.

¿En qué otro lugar del mundo nos aplaudirían simplemente por ser colombianos? Y acá tienen el descaro de tratar mal a los peruanos que emigran o vienen de paseo. Somos unos hijueputas.

5. Ya, gracias.

El acento peruano es relativamente fácil de identificar. Por las caras no es tan fácil: al igual que acá, la diversidad de climas deriva en una diversidad de características. También es fácil identificar patrones de nombres o apellidos que se repiten. El peruano normalmente se expresa de manera clara, no suele ser malhablado. Tienen términos diferentes, como en cualquier país. Un lugar movido es un lugar peligroso, arrojar es vomitar, combi es buseta, si una gaseosa está al tiempo significa que está al clima y si está al polo quiere decir que está helada, y así. Son modismos que se aprenden al escucharlos hablar seguido.

Pero hay una clave que jamás y nunca va a fallar. Si usa la palabra «ya» de forma compulsiva, puede que sea peruano. Si en vez de pronunciar «ya» pronuncia algo parecido a «ia», positivo para peruano. Todo peruano que se respete usa la palabra «ya» en cuatro situaciones: para afirmar, para negar, para preguntar y para cualquier otra cosa. De igual forma, durante la compra de un producto o servicio, se estila que quien dice «gracias» es el proveedor y no el comprador como acá.

Parece tonto pero es un punto importante de las cosas que debes saber de Perú. 

Este par de pequeñas diferencias idiomáticas dieron paso a intercambios lingüísticos extraños. Por ejemplo yo entraba a una tienda a comprar una Inca Kola. Pagaba. Me daban el cambio. Yo decía «gracias» y me contestaban «gracias». De nuevo yo respondía «no, antes gracias» y me respondían «ya, gracias». Yo respondía «gracias» y me respondían «ya». Yo preguntaba «¿ya?» y me respondían «ya». Yo respondía «ya» y me respondían con un «ya» alargado que suena «iaaaa». ¿Por qué pasa esto? No sé, pero ya. Ya. Gracias, ya. Ya. 

6. Porque somos más jalamos más parejo

Esto tampoco es novedad: los peruanos se defienden como gato panza arriba. No es casualidad que todos los expresidentes elegidos por voto popular desde 1985 hasta hoy estén con problemas legales serios. Uno está preso de acá a que el infierno se congele, otro tuvo que renunciar a la presidencia, otro se pegó un tiro cuando lo iban a encanar y el resto están a nada de ser sentenciados. Eso es ejemplarizante para cualquier colombiano, que lleva desde los setentas viendo un narcopresidente tras otro.

Y eso se nota en todo. En el saludo, en la fila del bus, en su forma de encarar el día a día. Aparentan ser secos o introvertidos. En realidad son bastante metódicos. Cuando te agarran confianza, son empáticos sin ser confianzudos. La herencia asiática no está solo en los chifas -hay en cada esquina, literalmente- o en el asesino y corrupto de Fujimori. No joden a nadie para que no los jodan. Pero cuando se meten con ellos, queman y rompen hasta que los dejen de joder. Hasta en la televisión puedes ver cómo le llueven palos y piedras a cualquier entidad local o nacional si no cumple con las funciones por las cuales les pagan.

En resumen, están más organizados que nosotros y conocen el valor de la dignidad. Como debe ser.

El último lugar que visitamos del Perú fue el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social. Una taxista peruano-venezolana nos recomendó ir si nos interesaba conocer una parte de la historia del país. Por suerte me voy a casar con alguien igual de ñoña a mí. Y valió la pena desviarnos de nuestra ruta. Conmueve. Conmueve muchísimo. Arruga el corazón ver tanta saña, tanta maldad. Rompe el corazón que ese país supo hacer el ejercicio de revisarse. Cuesta creer que supieron admitir culpas propias y ajenas. Duele mucho que la única justicia que muchas de estas personas tuvieron fue la justicia de perpetuarse en el recuerdo.

Lo que más duele es ver que nosotros vivimos cosas muy similares, quizás peores. Y duele más porque cada intento de revisarnos para avanzar ha sido torpedeado. Porque no conviene. Porque hay quien se lucra y se vanagloria de esa maldad. Duele porque la historia reciente del Perú tiene muchos puntos en común con la historia reciente de Colombia. Y duele infinitamente porque ellos tuvieron el final que nosotros, muy en el fondo, sabemos que nunca vamos a ver.

7. Perú, país de récords

Machu Picchu es un lugar alucinante. No hay muchas palabras para describir la magia del lugar. «Qué frío tan hijueputa» hace parte de ese grupo de palabras, aunque esto se resuelve evitando ir en temporada de lluvias. El enorme atractivo turístico que este santuario representa da pie a dos récords. El primero es el bus más caro del mundo: si no quieres subir caminando puedes abordar un bus que te lleva por USD 12.00 cada trayecto. Al momento de escribir esta publicación eso equivale a 45.260 pesos (!). Es decir: 90 luquitas por persona cuesta subir y bajar. Cada trayecto es media hora de coger curvas en una vía estrecha. Es decir, cualquier bus de Robledo. La diferencia es que el bus de Robledo cuesta 2.400 pesos y al llegar solo vas a ver vacas cagando y neas andando en moto sin casco.

El segundo récord debería ser motivo para que todos ustedes corran a inscribirse al gimnasio más cercano. La forma más económica de llegar al Santuario de Machu Picchu es abordando un bus desde Cusco hasta Hidroeléctrica.

[Nota de la Redacción: De ese paseo hablaré en otra ocasión porque es la carretera por la que he pasado que más te sube los huevos a la garganta]

Ya en Hidroeléctrica tienes dos opciones. Te vas caminando hasta Aguas Calientes por un agradable sendero de ONCE HIJUEPUTAS KILÓMETROS a la orilla del Río Vilcanota o tomas un tren. De ida elegimos la primera opción.

Todavía no me explico cómo llegamos.

Para regresar sopesamos nuestras opciones. Pensamos en caminar de nuevo, pero pensamos en nuestra familia y amigos. No sería justo hacerlos sufrir. Pensé en lo boleta que sería aparecer en el Qhubo con el titular «PAREJA PAISA SE MATA VOLVIENDO DE MACHU PICCHU». Fuimos a la estación del tren y compramos dos boletos de Aguas Calientes a Hidroeléctrica, donde nos recogía el bus de regreso a Cusco. El chiste salió USD 68.00, al cambio de ese momento 241.000 pesos. ¿Ven lo caro que sale no estar en forma? En una hora de tren se me fue lo que me gasto en dos meses y medio (!) de usar el Metro de Medellín dos veces por día.

¿Acaso valió la pena todo esto? Obvio bobis.

Hay muchas cosas más que son dignas de contar. Tal vez sean más las cosas que debes saber de Perú. Pero este artículo ya está siendo lo suficientemente largo. Tampoco quiero ser pesado con el tema. Por el momento dejamos hasta acá, no sin antes agradecerle de todo corazón a cada persona que nos cruzamos en ese país. Todos ellos, en mayor o menor medida, nos ayudaron e hicieron de nuestra estadía algo feliz. Y a ella, obviamente, mi compañera de aventura. Esa persona con la que me comprometí para el resto de la vida una mañana en Vichayito. Que lo que el Perú unió no lo separe el hombre.

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