Un día de furia

Sé que prometí escribir más. En cierta medida lo he cumplido, pero no acá. Como este blog es mi oso Bobo, prometo no volver a dejarlo.


Hay gente que aprende a poner en palabras -escritas o habladas- lo que siente. Tal como una función corporal, sabe que hay cosas que tienen que salir de su cuerpo. Por eso ninguna persona con estreñimiento es feliz: dejarse las cosas adentro hace mucho daño.

Siendo las 4:29 de la madrugada, empiezo a escribir sin nada en mente para intentar irme a dormir más liviano.

Puede ser que por eso que escribo poco: cuando se me ocurre algo voy hilando una frase con otra hasta armar un texto que casi puedo recitar. De hecho, y para que entiendan la ridiculez de la situación, conforme lo voy recitando en voz baja voy escribiendo. Como si alguien me pasara el pastel. Hago exactamente el mismo procedimiento independiente del tema: hablando de lo mal que jugó Nacional el último partido o el estado del arte de mi tesis.

Pero esta vez no. A veces toca incomodarse, forzarse a hacer algo que no sabés cómo va a acabar. Como este texto.

Mi viejo decía que "uno en la vida vive como quiere vivir". Durante mucho tiempo le creí. Hasta que me di cuenta que era una babosada: quisiera estar durmiendo ahora mismo y que cada día por la mañana me tiraran un sobre con 5000 euros por debajo la puerta. Y pues no.

Por eso replanteo la frase del viejo: uno en la vida vive como sabe o cree saber vivir.

Es una frase que tiene sentido desde la psicología: uno es un cúmulo de hábitos y experiencias. Y salirse del personaje cuesta muchísimo trabajo. ¿Tu actitud es la de alguien que se quiere comer el mundo? Bien por vos. Pero no es suficiente.

La vida y el fútbol tienen un parecido hermoso y trágico: tu trabajo no es suficiente como tampoco es suficiente la actitud. A veces es cuestión de estar parado en un punto exacto del universo para que la pelota rebote en tu cara y entre. A veces es simple suerte o ausencia de la misma. A veces, incluso, es la mala leche de alguien o un mínimo error de decisión. Cualquier cosa, el aleteo de una mariposa, te echa a perder horas de trabajo duro.

La actitud no se puede negociar jamás. Hagas lo que hagas ponte bragas tenés que esforzarte y tratar de hacerlo lo mejor posible. Así mismo, un saludo y una sonrisa no se le deberían negar a nadie. El universo no te debe nada solo por no ser un ojete de mierda con los demás, es lo mínimo que se te exige.

Creo tener esto muy claro, como creí tener claras muchas cosas en mi vida.

¿Y para qué? Para ni mierda, básicamente, porque en últimas no todo depende de mí.

Por ejemplo, me consideraba una persona inconstante, que empezaba muchas cosas y no terminaba ninguna por persistir. Me consideraba una persona que no tomaba un centímetro de riesgo más allá del necesario. Y principalmente me consideraba inteligente, o al menos piloso, alguien que si no se las sabía todas por el camino te inventaba hasta buscar en Google.

Han sido meses difíciles. Como difícil ha sido redactar este texto: me he incomodado más de lo que pensaba.

Me di cuenta, sistemáticamente, que ninguna de esas construcciones mentales sobre mí era correcta. Me di cuenta que soy insistente y persistente hasta la terquedad ciega. Me vi intentando revivir proyectos comatosos. Me vi jugándome el cuero por algo que no sé si va a servir de algo. Me vi detrás de mucha gente mendigando oportunidades. Me vi renunciando a un pedacito de estabilidad por perseguir un sueño que pinchó antes de tiempo.

Creo que, hasta cierto punto, todo este proceso ha sido sano: la arepa solo se asa si se pone al fuego. Pero la puta madre qué doloroso ha sido. No solo para mí sino para la gente que me rodea y, de una forma u otra, me aguanta. Unos se burlarán, otros se lamentarán, pero todos han sido testigos de un proceso autodestructivo: de alguien que no encuentra respuestas y por el camino se va amargando y marchitando. En fin, volverse una carga.

Uno en la vida vive como cree saber vivir. Y, como es obvio, hay maneras más efectivas que otras. La mía no ha sido efectiva.

Puede que sea solo un breve momento de turbulencia. Puede tratarse de un cambio profundo y denso, qué se yo. Puede ser que todo esto es consecuencia de ciertas circunstancias desafortunadas. El caso es que acá estoy, frente a la PC vomitando palabras.

¿Qué tan grave puede ser notar que no te queda ni una sola certeza? Hay gente que encontró su razón de ser, su ikigai (así le dicen los japoneses), en una etapa tardía o madura de su vida. Creía tenerlo y como creí tenerlo se escapó. ¿Y uno cómo hace para volver a encontrarlo?

No tiene mucho que ver, pero ahí es donde se valoran las herramientas diagnósticas de los psicólogos. No tendrán la verdad absoluta, pero te dan una pista.

Es triste encontrarse en el lance de luchar en tantos frentes sin tener claro por qué o para qué luchas. Pero acá ando.

Y no quiero que suene a victimización, pero cada cosa que encaramos en la vida puede verse como una lucha entre uno mismo y su entorno. Para algunos puede ser una lucha virulenta. Cuando alguien está deprimido, la lucha puede ser pararse de la cama. Cada quien lo encara como buenamente cree hacerlo.

Por eso mismo, por esas luchas, porque no siempre vas a ganar, porque igual que en el fútbol hay rachas donde nada te sale y tenés el santo de espaldas, es lícito darse un día de furia.

Un día donde la lucha puede ser tirarse o no de un quinto piso. Un día donde la lucha puede ser tomarse toda una botella de ron sin vomitar o dormirse. Donde la lucha es ir a clase o sentarse en un parque absolutamente solo con media caja de Luckies. Donde la lucha es no llorar en público. Todo eso es lícito de vez en cuando.

De nuevo, no quiero dramatizar: han sido muchos día de furia últimamente. Uno se empieza a conocer como el conductor que lleva manejando el mismo carro mucho tiempo: un sonido, un movimiento, una acción, pueden ser síntoma de un problema más profundo.

No sé si me he convertido en alguien irascible o si las circunstancias actuales son tan negativas como siento que son. No sé si esto vaya a durar mucho más tiempo.

Mi única intención con esta parrafada, tal vez, sea la de pedir disculpas por convertirme, al menos temporalmente, en una carga.

Siempre que llovió escampó. Puede que cuando ese cielo deje de ser gris pueda hacer algo bueno por usted.

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