La altanería verde

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Publicado originalmente aquí:

Areiza Correa, S. (2014). La altanería verde. Travesaño, 1, 55-58. Recuperado el 8 de enero de 2015 de: http://revistatravesano.com/post/82966700486/primera-edicion
 


Este texto está inspirado en “Delicias de la derrota”, publicado por la revista Cromos en su edición del 28 de julio de 1997. Escrito por el hincha poderoso más destacable desde Pablo Escobar, más o menos: Héctor Abad Faciolince. Los párrafos siguientes son una suerte de irrespeto a su grandiosa obra. Pero claro, necesitábamos ver la otra orilla del río. Perdóname porque no sé lo que hago, Héctor.

“Yo los veo y pobrecitos”, me dice un amigo refiriéndose a los hinchas del Medellín. Yo de ellos no debería hablar en términos de grueso calibre puesto que muchos de mis amigos y toda mi familia, a excepción de mi adorada abuela materna y alguna tía farandulera, son rojos hasta la médula. Mi viejo me llevó por primera vez a un estadio de fútbol a ver al DIM… el problema es que el DIM jugaba contra Nacional. Y el blanco y verde de la bandera antioqueña se me quedó para siempre y sin condiciones clavado en el alma.

Esa decisión, esa pueril decisión de una tarde de 1999 que terminó reafirmándose en una noche del 2004, me marcó la vida. Me dio lo más grande. Me dio el único (y permítaseme el uso de un término contable en esa narración) activo fijo con el que contaría durante toda mi existencia. Ha sido la mejor decisión de mi vida, si hubiera escogido así todos los asuntos particulares de mi vida sería el mismísimo putas. Todo porque es la única manera que tengo de ejercer una relación de poder sobre los demás: Nacional me da la santísima licencia de ser agrandado y petulante.

Esto no es secreto para absolutamente nadie: Más cansón que un hincha de Nacional, dos hinchas de Nacional. Somos insoportables y lo bonito del caso es que tenemos todos los argumentos para serlo. Somos arrogantes y nos odian por eso, más que por esos escaparates atiborrados de brillosos trofeos. Estamos tan mal acostumbrados que cuando sufrimos una derrota, no falta el que cree que el fútbol se lo inventó Don Niembra y dice que en las malas mucho más. No, viejo, pará: Ya pasamos por esas. Justamente por eso Nacional es un emblema de la cultura paisa.

Pepe Sierra
La cultura paisa de la que hablaba es, poniéndolo en el contexto de estas páginas, muy bilardista: Hay que ganar como sea, porque del segundo no se acuerda nadie. Ese pensamiento hizo que de este caserío encerrado entre montañas saliera todo tipo de atrocidades hacia el mundo entero, pero también nos dio la suficiente fuerza testicular para levantar imperios desde el pantano: Don Pepe Sierra, otro icono paisa, era un arriero que empezó vendiendo panela en San Pedro y terminó inyectándole plata a las pobrísimas arcas del país a inicios del siglo XX, mientras veía que sus extensiones de tierra llegaban hasta el límite donde los ojos dolían.

Algo así, con el perdón de don Pepe (ahora mismo está complicado preguntarle de qué cuadro es hincha), es la historia de Nacional: En una canchita improvisada de Buenos Aires, conocida irónicamente como la Manga de don Pepe, nació entre jóvenes entusiastas y sin un carajo qué hacer la idea de unirse y formar un club. Luego esos jóvenes entusiastas se unieron con otros obreros entusiastas que trabajaban en una fábrica de telas. Fue cuestión de años para que ese sancocho de estudiantes y obreros llamado Unión Indulana se convirtiera en Atlético Municipal y, en una seña más de ambición expansionista, en Atlético Nacional.

Claro, nada que ver con la rancia burguesía que fundó al rival de plaza. Aquel elenco de dandis antioqueños, financiados por militares y empresarios, que incluso osó ponerle un nombre en inglés a un equipo tan paisa como los frijoles, la arepa o los cosquilleros en el Parque Berrío: Medellín Football Club. Esos mismos que hasta mediados de los setentas nos llevaban una ventaja abismal en los clásicos y nos pegaban unos bailes de leyenda. La leyenda de la Danza del Sol. Esos que ahora pasaron de victimarios a víctimas y ven pasar hordas de jugadores atolondrados y carentes de técnica año tras año. Esos que están con el rojo, pierda o empate.

colombiano nacional 1983 victor luna leon fernando villa sapuca
Sí, amigo imberbe, Nacional no siempre fue ese equipo ganador de todo que salía a pasearse de tierrero en tierrero en la pintoresca liga local. Nacional estuvo diecinueve años sin salir campeón. Durante casi dos décadas, y por más que suene a anécdota del Mesozoico, Medellín tenía más títulos que Nacional. Durante los sesentas Nacional era cliente fiel de los últimos lugares de la tabla. En los cincuentas los jugadores de Nacional sostenían el equipo con una natillera. En esa primera época de fútbol profesional, el dinero que le entraba a Millonarios en un solo partido era lo que le entraba a Nacional en un año o más. Nacional era el arriero falto de estudios pero vivo de espíritu que de tanto darle a la pelotica, progresó.

¡Y qué progreso! A tal punto que los fracasos más sonados de Nacional para otros equipos serían, cuando menos, deseables. Te hablo de ese equipo de 1955 que iba de lleno por su segunda estrella –a la postre el bicampeonato- y que se la dejó arrebatar por el DIM. O de ese que, igual que Millonarios, se comió ocho goles; en un torneo al cual sólo se podía acceder siendo campeón continental. Te hablo de ese equipo del 2004 que perdió una liga en penales de la forma más ridícula después de levantar un 3-0 en contra. Te hablo de ese equipo de 1995 que Grêmio humilló ida y vuelta, ese equipo que casi vuelve a levantar la Libertadores. Te hablo de esa selección de 1990, cuando Higuita le regaló un gol a un viejito camerunés por ponerse con sus locuras, donde ocho de los once titulares eran de Nacional.

Ya quisiera que yo, relativamente joven aún, tuviera una vida así. Un desenlace tan feliz como el de Nacional. Yo estudio, trabajo, monto en bus y me pongo ropa del Hueco, todo al tiempo. Mi única felicidad garantizada cada fin de semana es ver a Nacional. Mi único motivo de orgullo es ser de Nacional. El único motivo que justifique lo pedante que soy es, justamente, ser de Nacional. No puedo hablar mal de los hinchas rojos porque mi papá es del rojo y gracias a él, irónicamente, soy hincha de Nacional. Y ya quisiera estar yo a los 67 años así de bien: altivo y orgulloso de ser así, de haber pasado por las verdaderas malas y haber hecho las cosas suficientemente bien para ser altanero. Verde y altanero.

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