Gigante chiquito



La historia empieza en 1999. Yo tenía cinco años recién cumplidos y la verdad es que no recuerdo casi nada de cómo salimos campeones contra América. Mucho después encontré una pequeña postal de Nacional, tenía a los personajes de los Looney Tunes con camisetas verdes y este logo. Según mi mamá -a quien no tengo más recurso que creerle-, ella me la regaló ese día, tras el penal de Robinson Martínez y la celebración furibunda de la inmensa mayoría del barrio.

Era diciembre de 1999. El gobierno estaba por fijar el salario mínimo del año siguiente en 260.100 pesos. Sentíamos cerquita el fin del mundo con el Y2K y el fin de siglo. El fútbol colombiano lo transmitía Caracol y la actuación de Carla Giraldo en Me llaman Lolita convertía a los colombianos en potenciales pedófilos. Nacional recién lograba su séptima estrella: era un equipo que a pesar de una década gloriosa (una Libertadores, dos Interamericanas, una Merconorte, tres Copas Mustang) seguía siendo un equipo de segunda línea. El internet era una alquimia reservada para el estrato seis y nuestro mundo era limitadísimo: casi nadie conocía aquí hinchas de equipos diferentes a Nacional y Medellín.

La jerarquía del fútbol en esa época era bastante diferente: Millonarios era, indiscutiblemente, el equipo más grande del país: trece títulos, cifra inalcanzable a pesar de once años de quedarse a un paso del título. Con un ritmo furioso venía América, que despertó en los ochentas de forma dudosa y sumaba nueve títulos. Luego estaba el Cali, que con siete títulos era visto con respeto por lo que históricamente había sido. Nacional, con tanto o más palmarés que el Cali, era mirado por encima del hombro: nunca hubo un nuevo rico que hiciera amigos fácil. Era diciembre de 1999 y me faltaban dos meses para entrar a preescolar.

En ese momento decidí ser hincha de Nacional. Mi mamá le echa la culpa a sus compañeros de trabajo, con los que salía a pasear estando embarazada. Mi papá pasó de la queja a la acción, tejiendo tretas ingeniosas pero nada efectivas para convertirme en hincha del DIM. En medio de ese tejemaneje, alguien (si la memoria no me falla, una inquilina de mi abuelo paterno que trabajaba en el club) me regaló camiseta, cortos y medias de Nacional. Era la misma indumentaria Puma que usaba el equipo que jugó Libertadores en el 2000, el mismo equipo que le ganó 2-3 a River en el Monumental pero perdió 5-1 con Atlas o 4-0 con la U de Chile. Esa camiseta tiene el 2 de Samuel Vanegas en la espalda.

No era la época más linda para ser hincha de Nacional. Gran parte de los niños de mi edad jugaban PS1 en la casa de los tíos con plata o salían a montar triciclo. Mis domingos, en cambio, se iban en excavar emisoras del AM buscando el partido. Era la época donde los uniformes los hacía una marca ligada al calzado y el baloncesto. La época de los mil autogoles de Jeringa Guzmán. La época donde cualquier Huila, Unión Magdalena o Real Cartagena salvaba el año haciéndonos pasar vergüenza. La época del 0-4 que nos endosó San Lorenzo, de la final que nos gana América en el Atanasio, del paseo que nos pegó Cienciano, del 27 de junio, del gol de Ribonetto y del yerro de Juan Carlos Ramírez. Era diciembre de 2004 y tenía diez años cumplidos. El dios del fútbol se nos cagaba de risa en la cara. Yo me secaba las lágrimas con la camiseta Umbro negra del año pasado, también regalada por mi mamá.

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Hoy es julio de 2016 y estoy bordeando los 22 años. El salario mínimo es de 689.454 miserables pesos. Después del 6/6/06 y los mayas, le perdimos respeto a la idea del apocalipsis. El fútbol colombiano se lo reparten Win Sports y RCN, así hasta en los noticieros griegos pasen resúmenes de los partidos de acá. Carla Giraldo se quitó tetas después de haberse puesto y aún así sigue siendo un monumento nacional. Gracias al internet de las cosas vivimos hiperconectados y he conocido grandes amigos del otro lado del mapa. Me faltan tres semestres para graduarme de la universidad y me gasto medio sueldo pagando camisetas de fútbol.

Además, confirmamos que el dios del fútbol se chifló: América se fue a la B, Millonarios fue campeón después de 24 años, los del DIM ahora se creen grandes, las actuaciones internacionales del Cali inspiran más risa que respeto, Once Caldas jugó la última Intercontinental de la historia y Santa Fe se trajo la primera Sudamericana. Y, en medio de semejante delirio, Nacional se convirtió en el equipo más grande de Colombia: llegó a 15 ligas y mandó a los directivos azules a borrar el Soy más veces campeón del bus.

Pero decían los Hermanos Lebrón que por cada risa hay diez lágrimas, así que las frustraciones pasaron al plano internacional: Liga de Quito nos goleó, América de México nos goleó, Millonarios nos eliminó, Fluminense nos eliminó, Vélez Sarsfield sepultó al dream team del Sachi, Sao Paulo sacó el 0-0 acá, Defensor Sporting nos aterrizó, vimos a Franco Armani llorando mientras River daba la vuelta y a Alexis Henríquez pidiendo disculpas a los hinchas tras dos partidos terribles contra Emelec. Así y todo, si yo le contara lo que he vivido a ese niño de diciembre de 1999, no me creería.

Y no lo juzgo, ya que lo más cerca que estuvo de ver a Nacional ganando la Libertadores fue jugando gomito58. No me creería que Nacional de verdad está jugando la final. No me creería porque él tuvo pegado en su pared un afiche donde las figuras eran Robeiro Moreno, Jorge Agudelo, Léiner Orejuela y Palmira Salazar, que tal vez merecieron mejor suerte. No me creería que hay gente que pagó cinco millones de pesos por una entrada y no me creería que yo voy a estar ahí adentro. No me creería que a Peñarol siempre le hacemos cuatro en Uruguay. No me creería el baile que le pegó el Lobito Guerra a Huracán, el gol de Berrío a Central o la historia de Borja, que debutó en Nacional haciéndole cuatro goles a Sao Paulo.

Yo no sé si ese niño me crea algo de eso. Lo habrá soñado alguna noche, cuando mucho. Yo lo estoy viendo con mis propios ojos y no me lo termino de creer. No descarto que tal vez esté en coma y tenga alucinaciones demasiado realistas. O tal vez el dios del fútbol nos esté sonriendo de una vez y para siempre. No sé cómo quedará el partido del miércoles, si al final somos campeones o no, si la 70 nos espera o los que debemos esperar más somos nosotros. Lo único que sé es que ese niño, cuando despierte de este sueño, va a ser muy feliz.

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