Ya terminé la universidad, ¿y ahora qué?

Ya terminé la universidad, ¿y ahora qué? - sebasareiza.xyz

Me decido a escribir esto de afán porque mañana madrugo a trabajar.

No fue exactamente lo que pensé que pasaría después de ese esperado momento: ya terminé la universidad, ¿y ahora qué? Ser un mercenario que responde correos a cambio de un sueldo decente no está tan mal. Más en un país donde el desempleo no para de subir.

En realidad, no sabía qué esperar después del grado. Solo quería graduarme.

Cada quien vive la universidad como mejor puede. Y yo hice lo que pude con lo que tenía. No hay una sola fórmula.

Si pudiera retroceder el tiempo sería mucho más responsable y atento. Seguro trataría de mantener un promedio decente para aspirar a algún posgrado en Europa. Aprovecharía más el tiempo. Dormiría dos o tres horas diarias, seguramente suponiendo que dentro de unos años después cuarenta minutos de desvelo me van a tener muerto todo el día.

También probaría hacer de todo. Conocería más gente. Iría más a cine. Viernes en el aeropuerto o en la curva después de cumplir con lo de la semana, no antes. Quizás habría evitado el cigarrillo.

Pero eso es un supuesto. “Si pudiera” no existe. Mi etapa universitaria ya pasó. Hace casi dos años pasó.

Esto es lo que hay: un puesto de trabajo aséptico en un lugar amplio lleno de luz como un galpón de pollos, dos quincenas al mes, dos tarjetas de crédito, dos polas en la nevera. No me quejo.

Siento que debí escribir todo esto mucho antes. Pero solo el tiempo te da perspectiva de las cosas.

De la falta que me hace el café en las jardineras de Barrientos.

De las revisiones de guiones -que terminaban en charlas sobre fútbol de los ochenta- con el profe Jairo. Del apoyo incondicional del profe Alejo a uno de sus estudiantes, de los que menos prometía. De la forma escueta pero completa que tenía ‘Trucha’ para enseñar historia.

Del profe Guarnizo que nos entrenaba la mano para escribir como el técnico te enseña a parar la pelota. Del profe Alejo al que conocí en una electiva y terminé admirando su capacidad de leer la realidad. De lo claro que nos quedaba todo cuando Lucho explicaba.

Del profe Luis y lo que padeció leyendo y corrigiendo mi tesis. De Ana Victoria y la fuerza con la que nos gritaba que no podíamos ser presas de la desesperanza. De la pasión que le ponía Paula a cada minuto de clase y de cómo le brillan los ojos hablando del western.

De la inmensa solidaridad y amor por su trabajo y sus pupilos que desprende Verónica. De la mordacidad y el ojo clínico de la profe Catalina para la dirección de arte. Del pánico (que luego se convirtió en alivio y orgullo) al recibir el correo de la profe Lina con su concepto sobre mi trabajo de grado.

De Ingrid y Érika dándome la mano en algunos de los momentos más sombríos de mi vida, confiando en mi trabajo y mi ingenio para darme cuenta que eso era lo que quería hacer el resto de mi vida y hasta sin cobrar si pudiera.

De llegar al cubículo de Maru a echar chisme. De los interminables gestos de buena voluntad, consejos y maromas que Adriana y Deisy se sacaban del sombrero para resolver cualquier inconveniente que tuviera. Sin ellas, no habría podido graduarme. Y sin ninguno de los que mencioné, mi paso por la universidad no habría valido ni la molestia de presentar el examen de admisión.

Ya terminé la universidad, ¿y ahora qué?

Por eso me molesta ser un mercenario que responde correos y finge interés a cambio de algunos billetes morados.

Porque de haber sido consciente de mis capacidades a tiempo podría haber llegado a “más”.

(pongo “más” entre comillas porque no estar ejerciendo o no ser ese gran profesional que pensaba que sería iniciando la carrera no me hace menos persona ni invalida mi experiencia)

También soy consciente de que todo lo que ha pasado desde el 16 de abril de 2012 en la mañana hasta este momento me ha construido como persona y me ha dado herramientas para sobrevivir en este mundo que, por lo general, es hostil como un french poodle con las visitas.

Eventualmente sé que voy a retribuirle a cada persona que mencioné (y a los que no también, sepan perdonar) cada gesto amable que hayan tenido conmigo en algún momento de esos seis años que estuve como estudiante activo de la Universidad de Antioquia.

Cada voto de confianza de ellos en mí es un carbón ardiente adentro mío. Es gasolina de avión para querer ser el mejor en lo que sea que haga con mi vida en adelante. Son las ganas de demostrar que no estaban equivocados. Es agradecimiento puro y duro por hacer parte de la más sufrida y hermosa etapa de mi vida.

Ya terminé la universidad, ¿y ahora qué? No importa. Mañana hay que madrugar.

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